Finalmente consiguió con amorosa paciencia, poner en orden las carillas de aquel “particular diario” que habían perdido su color original y que como doradas hojas desprendidas de un árbol otoñal, se mezclaban ante ella. Cubiertas por infinidad de letras pequeñitas, hacían por momentos que esas hojas se le antojaran el entramado de un manto de encaje que la envolvía sutilmente, transmitiéndole el amor del que las había escrito.
Beatrice confirmó que no faltaba ni una sola – la numeración de las páginas era correcta lo mismo que las fechas de cada una - día, mes, año y hasta ¡la hora! con lo cual su autor había conseguido que esas antiguas cartas, más de trescientas, se convirtieran en un verdadero “diario” íntimo, sobre el cual ese hombre amado le transmitió su amor durante los dos años que duró su ausencia. Fue una especie de milagro que volviera encontrarse con esas cartas, una serena tarde de agosto muchos años después, y fue así como una vez ordenadas y prolijamente encarpetadas comenzó a revivir su pasado.
Paso a paso, en cada una de esa paginas fueron pasando ante sus ojos escenas, algunas olvidas y otras siempre vivas y presente en su corazón. Leía feliz y muchas veces emocionada, otras risueña y complacida con las declaraciones de amor del que fuera su marido.
Fue así como pudo revivir aquel famoso 31 de diciembre de 1947.
Hacía un mes y medio que habían decido romper su romance, no verse nunca más, ante la enojosa y seria reprimenda que sufriera Beatrice de su padre, al sorprenderlos abrazados y besándose. ¡Imposible casarse, eran muy jóvenes aun, 19 y 20 años, y él debía terminar sus estudios! Además ella, partiría en breve otra vez a su lejano país.
Desolados como los amantes veroneses, ella lloraba solitaria en su casa y él escribía los versos más tristes de su vida. Y fue en estas páginas como Beatrice se enteró del “backstage” de esos días.
Fueron, por un lado, Eduardo, amigo íntimo de su Romeo el que le ayudó a solucionar el conflicto al decirle: - “Si la quieres como para casarte con ella, tienes que ir a rescatarla contra todas las fuerzas en contra, aunque sea la familia misma. Pero si no, aunque la familia proteste, debes dejarla.”-
La otra fue Marta y lo que ella le contó de lo mucho que sabía sufría su Julieta, hasta el punto de casi no poder vivir sin su cariño.
Se aproximaba la gran fiesta de fin de año y allí se encontrarían nuevamente.
Beatrice risueña, recuerda ese día y los preparativos para el baile su expectativa y esperanzas, y volvió a vivir esa noche.
Baile de gala. Se ve entrando, jovencísima, envuelta en una nube de infinitas gasas beige, bronceadas y doradas, con el corazón palpitante y los ojos buscando a su amor, que al verla se acerca lentamente con su elegante e impecable smoking, al mejor estilo James Bon.
Beatrice sonríe recordando एल:
-“Estas preciosa”- de su saludo… y como fue en el disimulado abrazo del baile que ambos comprobaron una vez mas, que se querían y siempre serían el uno para el otro.
-“Tus ojos oscuros me decían cosas muy hondas, tan hondas como un precipicio, pero en vez de ser miradas negras por tanta hondura eran milagrosamente brillantes. Esa noche te sentí, no sé, te sentí mi esposa.
Eras una florcita, una florcita pálida y asustada que resucitaba ante mis ojos enamorados.
Fue entonces cuando me decidí a romper con todo. No te dejaría, sino que te fui a rescatar. Ahora sí se que te quise como nunca, porque no permitía a mi imaginación pensar que pudiese acabar esa felicidad que a ti me ataba. Iba a construir historia contigo, porque el nuestro sería el primero y el último de los amores. Y eso fue en definitiva, lo que tartamudeando (¡y como!), le dije tres días mas tarde a tu padre: te quería para casarme contigo y no para reírme de nadie.”-
Beatrice sonríe nostalgiosa al recordar ese reencuentro y las palabras con que él firmara el menú de esa noche como recuerdo y testimonio de amor, que aun conserva junto a esas cartas:
“Feliz penitencia que me trajo tanta gloria”.
Te quiero
Pocho
1 enero 1948