Beatrice y su soledad

Beatrice se levanto cuando aun no había amanecido. Se puso un saco de lana que había en el piso junto a la cama, que había estado usando mientras leía antes de dormirse. Al salir de la pieza, vio la cama vacía y su corazón se contrajo. Esa ausencia… ¿durante cuanto tiempo la había estado esperando? Se obligo a seguir sin lagrimas, no por que fuera fuerte, sino porque sabia que cuando comenzaran a brotar no podría detenerlas por largo rato.
Fue a la cocina y se preparo un café. Estos últimos días casi no comía y se mantenía a puro café; luego abrió a la insipiente luz matinal la ventana y dejo que esa luz gris y húmeda penetrara sin pedirle permiso y le humedeciera el rostro e invadiera el departamento.
No demasiado cerca, podía ya ir viendo entre la bruma de esa mañana de octubre, la extensa perspectiva de los edificios que como espectros iban apareciendo. Más lejos, el mar, también gris, comenzaba a tomar un leve tono rozado sobre el horizonte. Beatrice miró todo eso y se pregunto por qué ya no le parecía hermoso aquello, como hasta hacía poco; respiro el aire fresco y húmedo, con el ceño contraído. Quien la viera de lejos diría que era una mujer fuerte y de carácter templado. Muchos ya se lo habían dicho, ¡ si supieran como le costaba mostrarse así! Pero ahora estaba sola y se hubiera desesperado y llorado a gritos, si no fuera por que durante mucho tiempo antes ya había estado viviendo con esa angustia de saber y ver como se aproximaba el final.
Se secó la humedad de su rostro con el dorso de sus manos, pero sus mejillas se empeñaban en seguir mojadas.