Nuestra Casa Quinta

Así comienza la novela de Manuel Mujica Lainez , La Casa.
… y a mi no me faltarían motivos para pensar que la Quinta, nuestra Quinta, la de todos, en estos momentos, este sintiendo lo mismo que la Casa de la novela de M. M. Laines; yo que la conocí sin esos colores de muerte, mohosos, sino cuando se mostraba alegre, blanca y deliciosamente plácida en medio de un jardín fuera de época….
Permítanme ahora que explaye mis recuerdos…
Su encanto me sedujo aun antes de conocerla. Solo me había hablado de ella Pocho con el entusiasmo y amor de un joven enamorado. Durante mucho antes de casarnos, ya hacíamos planes para vivir allí, y desde entonces un extraño vínculo, sentí que nos unía.
Cuando años mas tarde la vi por primera vez, ya no tuve dudas, lo que me pasó a mi con la quinta, fue lo mismo que le pasó a Pocho conmigo ¡un amor a primera vista!
Cuando llegué, desde el imponente y macizo portón blanco y rojo borgoña, no se la veía en detalle ya que permanecía protegida por añosos árboles, que como fieles guardianes
la rodeaban y escondían.
Perfumados jazmines y azahares la envolvían como si fuera una novia y tiernas margaritas se inclinaban ante ella. Coquetas hortensias se esparcían a sus pies en una conjunción de rosas y celestes.
Una majestuosa “magnolia fuscata”, ejemplar único por su tamaño, casi acariciaba su balcón delantero con sus ramas, mareándonos con su perfume al florecer suspequeñas flores.
Al acercarme, por el angostito caminito de lajas, su estilo canadiense surgió en todo su esplendor mostrándola fina, liviana y a la vez transmitiendo firmeza por lo bien plantada que se la veía.
De un blanco, levemente grisáceo, los marcos de puertas y ventanas le daban vida y color pintados de color borgoña, semejando el rubor en las mejillas de una antigua dama.
Desde el primer momento, cuando con timidez de novia que visita a sus suegros traspuse el umbral, presentí su misterio, si, tenía un aire serenamente misterioso dado por los arbustos, álamos, palmeras, cedros que la rodeaban y que años más tarde pude comprobar, como todos parecían desaparecer cuando el cerezo japonés anunciaba la llegada de la primavera lazando su primera flor antes que sus hojas, entre el 10 y el 12 de septiembre. Ya viviendo allí se hizo un ritual entre mis hijos ver quien era el que la descubría primero y muchas veces fui yo.
Luego de una semana se convertiría en un gran y suave pompón rosa que comenzaría a desflorarse poco después al contacto de la brisa, semejando a una nevada de verano delicadamente rosada y al terminar ese desflorar, como avergonzados, comenzaban a florecer los ciruelos y al terminar estos su puesta de escena, seguían con el ritual los azahares de los naranjos.
Al penetrar en ella su aire misterioso me envolvió conquistándome definitivamente. Su gran living me hablaba de calor de hogar a través de la antigua chimenea con salamandra de hierro. Su alma de pino se percibía y penetraba por mi nariz dándome la bienvenida .
Tras una enorme puerta de cedro y cristales biselados a la manera de un biombo, podía verse el comedor con su larga mesa que con los años, no tardó en estar ocupada totalmente, con risas y charlas cruzadas, ya de niños, ya de adolescentes, ya de serenos té entre amigas….
Su escalera crujió levemente como murmurando un saludo y adelantándome el secreto sobre la presencia invisible de ese custodio que la vigilaría por siempre.
Ya viviendo allí, debo confesar que nunca lo vi claramente. A veces solo a través de la bruma de amaneceres invernales, o jugando con las luciérnagas en noches de verano, bajo el gran cedro azul del parque.
Un desalmado presagió su futuro llamándola “el brujerío” ….
No era brujas, eran hadas las que la habitaban y eran parte de la corte que servía a ese espíritu inquieto y juguetón que abría puertas y cerraba ventanas pero que siempre se mantuvo alerta protegiéndonos, de tormentas, rayos, inundaciones, ciclones, terremotos, asaltos… .eeeehhhh, un momento Stellita! no estarás exagerando?
No, los que vivimos allí, bien sabemos como La Quinta, siempre quedaba misteriosamente fuera de todo eso como si fuera una isla, nada la afectaba para envidia de las mansiones vecinas.
Nunca creí que iba a vivir el dolor de verla desaparecer, y sin embargo debo confesar
que me duele ver que esta desapareciendo antes que yo.
No se si ya habrán echado las palmeras abajo. Si es así perdurarán por siempre en nuestras memorias a través de la foto de Pato y Vaso en el día de su casamiento, esa en la que él oculta a la foto su cigarrillo en el hueco de su mano.
En esa foto como en miles, en las que se nos ve felices a todos, hijos, nietos, amigos, festejando bodas, cumpleaños, aniversarios, buscando huevos de chocolate en Pascuas o esperando la llegada de Papá Noel con sus regalos, junto al Nacimiento del Niño Dios.
Un buen amigo, sacerdote, nos dijo un día paseando por ese parque tan atípico:
-“ Que pena siento por ustedes, porque al morir no los va a deslumbrar el Paraíso, ya han vivido en el”-
Stella (abuchiche)
Mar el Plata
1 /8/06
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