CARTA A LA QUINTA

Bariloche, 13 de agosto del 2006 (Día del niño)
Querida Quinta:
Al enterarme de que ya no estás, necesito y quiero decirte lo que representaste para mi en mi infancia, hoy que justamente es el Día del Niño.
Por ser la nieta mayor y la mayor de los 6 hijos de Pocho, los recuerdos que tengo tuyos son los de cuando eras “ La Ermita” o sea la “otra” Quinta, esa quinta que mis hijos, sobrinos y nietos, no conocieron.
Cuando Chiche y Pochito se mudaron ha vivir allí yo ya estaba casada, así que tú nunca fuiste“mi casa” eres el recuerdo del lugar maravilloso de los juegos de mi niñez en salteados fines de semana o soleados domingos, los cuales nunca olvidaré y que encierran sólo momentos lindos y reuniones con familiares y amigos.
Mis recuerdos más perdidos en el tiempo, aunque no lo creas son “flashes” de episodios vividos allí. Cuando era muy, muy chiquita, íbamos muy poco, porque al no tener auto, sin duda se dificultaba el traslado desde Martínez. Interminables viajes en un viejo tren (sí, ya eran viejos en esa época) con laaargos asientos de madera, largos, porque eran para 3 o 4 personas no para 2 como los actuales. ¿Cómo llegábamos desde la estación hasta Gaspar Campos?, no lo recuerdo, pero era hermoso estar frente a tu blanco portón con sus puntas rojas, y la traba que con su “clac” permitía nos abrirlo, la campana con que avisabas que alguien llegaba y el aroma de jazmines y azahares con que recibías al visitante. En esos días eras una verdadera quinta, con muchísimos árboles frutales, caminábamos entre jazmines, naranjos, limoneros y riquísimas limas. Al fondo, la casa de Grandi quien tanto te cuidó. El molino, los coloridos ciruelos y los maduros kakis. Al otro lado costado los quinoteros y en el centro tú, con tus paredes de madera blanca y tus descascaradas persianas metálicas rojas A tu alrededor, las enormes y coloridas hortensias rosadas y los malvones rojos. Al frente los señoriales eucaliptos, los pinos, las altas y flacas palmeras y la famosa Magnolia, sí ¿la recuerdas? preciosa, enooorme, su interior fue una verdadera casa de juegos para todos la que la conocimos, ¿cuánto medía como 4 metros de diámetro o más, por 5 o 6 m de altura? ¿Recuerdas que en su interior sólo tenia ramas ya que las hojas estaban sólo en su superficie, por eso podíamos estar “adentro” cómodamente, treparnos, jugar...? ¡¡ increíble!!
Subiendo tus 3 escalones en el porche, y empujando con fuerza la enorme y pesadísima puerta entrábamos a tu living de paredes azules y verdes, color que a Mami “le gustaba tanto...” Los sillones siempre enfundados, la hamaca de Pity, el gran sillón del abuelo con sus enormes brazos como mesas. Tus enormes y oscuras vigas, la escalera con su permanente invitación a tirarse por sus anchas barandas en vez de bajar por los crujientes escalones... y el teléfono, negro, enorme, ¡sin números!, ya que llamábamos haciendo girar una manijita al costado para comunicarse con la central. ¡Modernísimo!
No puedo olvidar tampoco tu viejísima cocina, con su ajedrezado piso negro y blanco, el filtro de agua sobre la amarillenta pileta de piedra,
Todo esto conformaba tu encanto de “lo distinto”, y en el recuerdo vale porque marcaba que eras de otra época, ya en ese momento de mi niñez. ¿Cuántos años tendrías?
Aunque eras helada en invierno y insoportable de calor en verano, permanentemente nos albergarte con la tibieza del amor.
¿Recuerdas que siempre íbamos a almorzar para el cumpleaños del Abuelo Carlos el 1ro de enero?. En tu comedor, bajo esa original araña de frutas de vidrio de colores, la gran mesa ovalada dispuesta para el almuerzo familiar, los platos azules y blancos con su inglés paisaje dibujado, y las “odiadas” mesitas más chiquitas para nosotros los niñitos, (¿porqué siempre discriminamos a los chicos con las mesas? ). Los centros de mesas florales por todos lados y La Torta de Ciruela, el Milhojas de Dulce de Leche o el Dulce de Kinoto hechos por la abuela eran infaltables. El enorme y melodioso reloj que marcaba tu tiempo...
Allí se realizaban los encuentros con tíos y primos que veíamos muy poco, quizás sólo en esas fechas. El simpático Tío Juan, con su boina, quien me sentaba en sus rodillas y me cantaba: “Se murió la chancha, vidalitá...”, el “temido” Tío Alejandro por su saludo espeluznante que nos hacía crujir todos los huesos de la espalda, la siempre seria Tía Tita, y la alegre Tía Negra, no parecían hermanas, ¿verdad?. Raúl, Nelly y los primos, con quienes en realidad hacíamos pocas migas... Nunca entendí de grande porqué, pero no recuerdo haber jugado con ellos jamás. Muy raro...
Nuestro comportamiento debía ser ejemplar, no hablar, no pelear y sobre todo “comer todo”, eso era una tortura, ya que no podíamos dejar ni una cucharita de comida en el plato sino se enojaban.
Si el tiempo era feo, podíamos jugar sentados en el piso con las lindísimas cartas plastificadas del abuelo e incluso nos prestaba sus maravillosas y coloridas fichitas de pocker, aunque estas no eran tan lindas como las que tenía en su departamento de Arenales que eran más grandes..
Buscar hormigas, seguirlas e indicar donde estaban los hormigueros era nuestra tarea en los días lindos, costumbre quizás que por no seguirla a lo largo de las siguientes generaciones te trajo consecuencias nefastas... Juntar semillas de eucalipto para hervirlos en el invierno e impregnar de ese delicioso aroma el departamento de los abuelos en Buenos Aires era otra ocupación agradable.
Seguro recuerdas aquella calurosa siesta de verano, en la que mientras Mami dormía, me dediqué, tijera en mano, a cortar un pedacito de todo lo que encontraba: cortinas, fundas de sillones, almohadones, flecos de alfombras y hasta una camisa del abuelo que colgaba por ahí. Recuerdo como si no hubieran pasado casi 50 años, a la vieja preguntándome “tranquilamente” como es su costumbre ante semejante descalabro: “¿Que más cortaste? ¡Pensá!, ¡Pensá!” , ya que debía reparar el destrozo antes que su “querida” suegra se diera cuenta de los delatores agujeritos que la rodeaban cual queso gruyere.
Y hablando de tijeras, otra cosa que recuerdo es a Pity zurciendo medias y el costurero que tenía allí una caja con enormes flores en su tapa y adentro entre agujas y dedales (seguramente de ancestros y nobles antepasados ) el “huevo de madera para zurcir medias”, del que entre paréntesis me apropié una vez casada, no sé si con permiso o sin el, pero que aún conservo en mi modesto costurero como un recuerdo de mi infancia y que, aunque ya descascarado me permite remendar a mi también bastantes medias al igual que ella.
Los bichos, igual que hoy eran una tortura, los mosquitos me comían a pesar de los rarísimos “atrapa bichos” que había dispersos en tu parque, esos recipientes parecidos a faroles con no se que líquido en su interior que supuestamente los atraía, y adentro del que flotaban los cadáveres de los infelices atrapados.
Tampoco había vez que no volviera embadurnada con un emplasto de barro seco, para extraer el aguijón, luego de haber sido picada por una avispa de las que rodeaban sus paredes.
Pero el maravilloso croar nocturno de las ranas o “sapitos” como decía Grandi,, que se complementaba con la fabulosa orgía en el titilar de las miles de luciérnagas o el despertarse con la sinfonía de los pajaritos cantando en mi recuerdo es algo único e irrepetible,
Seguro recuerdas las enormes palanganas o tachos de aluminio cómo de 1 m. de diámetro, que nos permitía refrescarnos, buenas antecesoras de la pileta. La pelopincho no era bienvenida porque “quemaba” el pasto y las “orejas de elefante” que con tanto trabajo cuidaba Grandi. Esos tachos eran utilizados también para almacenar agua de lluvia, vaya uno a saber para qué.
Bajo tus árboles fue el lugar donde aprendí a leer las Selecciones del Reader´s, del abuelo que siempre había por ahí, costumbre que conservo cuando puedo, al igual que El Atalaya, revista que hoy día, cuando los protestantes barilochenses en su afán misionero me dejan, no puedo dejar de aceptar recordando las veces que de pequeña las leía, (aunque ahora confieso por primera vez, que en esa época, preconcilial, no sabía si realmente podía hacerlo o era un pecado, pero con esa mezcla de lo prohibido y lo misterioso y cosquillas en la panza las devoraba.)
Estos recuerdos son los primeros. Yo tendría menos de 12 años ya que recién en esa época, más o menos Pochito compró el auto (un jeep) y entonces ir ahí empezó a ser algo más asiduo aunque íbamos “amuchados” en la cajuela cual “gronchos al rio”...
Entonces mis recuerdos cambian de ensueños nebulosos a aventuras, a magia, a descubrimientos.
Ibamos normalmente los domingos temprano y volvíamos tarde a la noche, para evitar los embotellamientos de la Panamericana, muchas veces acompañados por los Mamen y Javier Lantarón lo que agregaba juegos, camadería y diversión en patota.
Los terrenos del fondo, donde viven Vaso y Belén ahora, en esos tiempos eran una verdadera selva misionera, pastos a la cintura o más y retoños de algarrobos llenos de vainas, y hasta una lagunita había.... En mi imaginación jugábamos que éramos conquistadores que al igual que Albar Núñez Cabeza de Vaca, veníamos a conquistar un nuevo continente, a pie y espada en mano. Estar allí era una aventura a lo desconocido en nuestra infantil imaginación (Nos divertíamos barato, sin TV ni videojuegos...)
También estaban la abandonada cancha de bochas y el “laboratorio de Pochito”, que luego subió de estatus al convertirse en Quincho. Éste era también otro lugar en que mi imaginación volaba con esos cientos de frascos rotos y cosas raras que podía entrever por sus ventanas semirotas.
Recuerdo como si fuera hoy que una noche de verano, entre bichitos de luz a nuestro alrededor y aromas de azahares en el aire decidimos los 4 probar nuestra valentía viendo quien se quedaba “acostado más tiempo sobre la Gaspar Campos”, si bien el tránsito era escaso no dejaba de ser “peligroso” y si alguno de mis hijos o nietos lo hiciera hoy podría morir infartada.
Por supuesto también era maravilloso, “chusmear” en tus huecos de la pieza del medio arriba, llena de baúles, y muebles arrumbados. Cuadros, adornos en desuso, enormes canastos llenos de cosas insólitas como limones en aserrín, (supongo que sería una manera de conservarlos.) Espadas, bastones y entre estos uno asombroso que en su interior escondía una espada o estoque, ¡era lo máximo! También había un insólito cuadro que según lo mirabas era San Martín o Bolívar ¡increíble!.
Disfrazarse, jugar a la escondida, era lo que tú nos permitías. Y soñar, en tus balcones, con esa vista entre árboles que nunca perdieron su encanto y para mi que vivía en una casa de planta baja, era una invitación a ensueños de princesas y príncipes. No sé por qué, pero hasta la última vez que me asomé por ellos de grande seguí teniendo esa sensación de paz, de lugar perfecto...
Y crecí y las idas fueron menos, quizás por otras actividades. Pero al casarme, como vivía en un departamentito muy chiquito en Baires, aprovechábamos con Edgardo algunos fines de semana para irnos solos allá. Tu nos recibías aunque ya no había aventuras, (sólo las de llegar,) pero eras el desenchufe de la ciudad, y el remanso donde tomar fuerzas para empezar nuevamente el lunes el ritmo infernal. Un año después, ya Mami, Papi y los chicos decidieron mudarse allí y a partir de entonces es otra la historia, fuiste cambiando, modernizándote. Para mí fuiste entonces el lugar de encuentro y asados, un lugar donde ir con mis hijos al viajar desde Bariloche. Tu también tuviste “tus hijas”, en aquellos terrenos de mi imaginada “selva” aquella que conquisté con mi espada, y como es la ley de la vida, ellas te sobrevivirán, pero sus habitantes no te olvidarán.
Algunos de todos estos recuerdos serán compartidos por Vaso y no tanto por Benja, Pablo, Belén y Dindín, pues las edades eran distintas y los amigos y travesuras también. Mis hijos y sobrinos tendrán sus propias experiencias al haber nacido y vivido allí. Dejo a cada uno de ellos el escribir sus propios recuerdos, y compartirlos sería hermoso. Después podemos hacer El Gran Libro de La Quinta.
Tú querida Quinta, que viniste desde Europa hace mucho mucho tiempo, como bien dice Guille, y que te llamaron Ermita, quizás porque eras un lugar de remanso y paz, luego te modernizaste y poblaste y ¿enloqueciste? como Don Carlos, pero que para todos nosotros simplemente fuiste y seguirás siendo “La Quinta” a secas. Tus paredes, carcomidas por las temitas, cobijaron recuerdos que existen en nuestros corazones y en nuestra memoria y al compartirlos no desaparecerán a pesar que pasen los años como en mi caso. Tú siempre estarás asociada a nuestra infancia, y ya son 5 las generaciones que gozamos allí. Y aunque tú hoy ya no estés siguen estando tus jardines, tu paisaje, y tu entorno. Seguramente resurgirás nuevamente distinta, renovada y albergarás a otros niños que encontrarán también allí momentos de felicidad y juegos compartidos.
Te quiero mucho y no te olvidaré nunca
Copita.
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